Alta fidelidad
A Oli, en sus veinte años
La imagen de un cangrejo muerto
en una roca erosionada de una playa
de Monte Hermoso, durante una sudestada
devastadora, hace diez años. Y de pronto
el mar creció, arreando medusas rosadas
con sus lomos tatuados en cruz.
Eran las más peligrosas, ¿te acordás?,
con sus encajes filosos y ácidos
que hacían las delicias de los médicos
alternos, de los bañeros meadores
de heridas y cultores del vinagre
sobre las picaduras de las piernas
de los bañistas. Mar peligroso. Niña
perdida. La crecida, hija, cerraba el paso
de la arena a la orilla, de la orilla
al océano, de mi potestad sin plataforma
hacia tu pequeña persona. Veinte años
atrás intervine con la única imaginación
con que contaba un individuo
que empezaba a ser arrinconado
por sus pulmones. Estaba entonces
ocupado en asuntos menores
como el alimento, el pago de una casa,
el cuidado de la mascota, el trabajo diario,
las deudas en plástico que limitaban
la capacidad de estrenar alternativas,
como escribir, mirar el horizonte
con rostro de vaca dos veces
preñada, leer el mundo con el peso
de un quitamanchas en la camisa,
arruinada por un descuido sorpresivo
y enseguida arrojada al tacho
de la basura. Ahora, gracias al clima
dislocado, las aguas vivas se retiraron,
se fueron a hacer de las suyas a otra parte.
Te podés amigar de nuevo con el mar,
querida hija; las aguas ya están exentas
de culpa. No tengo importantes lecciones
ni consejos para vos en tu día, salvo
aquello a lo que refería Enrique Lihn
al comienzo de un poema donde agotaba
de un plumazo el sentido amoroso del mismo,
para de inmediato decir: "peor es tragar saliva".
Las cosas, cuando se convierten en objeto
de cambio, no traducen con fidelidad
el deseo buscado. Son aproximaciones,
como la de los cometas o los asteroides
que cepillan cada tanto la atmósfera, pero
sin cumplir con su amenaza. Yo también
soy una aproximación, un bólido de fuego
a punto de estrellarse, o una masa sólida
de hielo cuyo destino será partirse
al tomar contacto con la temperatura
ambiente. Ninguna otra cosa nos espera
con los brazos abiertos. No quisiera dormirme
con el gusto de la palabra idiota en la boca.
Arteca (Argentina, Pcia. de Buenos Aires, La Plata, 1960)

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