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Foto del escritorBRUNCH

LUCAS PERALTA

VIII

Rasando el muro se provee la norma. A poca distancia, se sedimenta en

el tiempo la oquedad del alfabeto desusado, los enhiestos signos que el

alcohol enhebra en todas las distancias que se pretenden zurcar; las letras

y su siempre férrea constitución dual que irrumpe en la garganta terrosa,

en la orfandad que penetra como el fuego impar, en la lengua aplicable a

la poesía que deshizo la siempre misma disimilaridad sedienta en el tiempo

desocultado. ¿De qué es mendiga esta gota? ¿Cuál sus dañerías?

Transparece, y aquella luz no usada sirve al bebedor para letrear aquello

que en el jardín arruinado se ofrece para señalar la experiencia anterior.

Todo se perdió y todo recomienza. Siempre así. Indiviso así. Astillado y

de obscuro temblor. Con forma de palabras, como aquella vez de la ardiente

redundancia arcaica e insanable del primer modo escrito, como los tropiezos

del lenguaje, como todo aquello que las cenizas juntan para decir, como todo

aquello que cenizar hace falta.

Temulento, el alfabeto del golpeado parlador redime sus incongruencias,

salpica suplicas; orada, en tenue luz, la siempre primaria palabra que actúa.

El hundimiento permitido será aquella etapa a recordar; lo chiquito del día,

la primer estructuración donde aquel acto de habla desempeñó su siempre

cauta y callada definición; su estéril intento, su siempre firme intensión de

decir. Conversación muda ante la inminencia de los ojos secos, expectantes.

¿A quién atisbas con tu sordera que me oye, con tu mudez que me asorda? ​​

Áspera extensión, velas gastadas, y el peregrino que siempre regresa sobre

sus pasos. Acota su deseo, sueña en silencio (y calla). Avanza por donde toda

carencia manifiesta su propósito. En señal de oscuridad, en hojas de piedra y sal,

en los ancianos caminos se juegan los abecedarios astillados y de opaco espanto.

En el espacio del osario una plegaria que se quiebra, una oración que se derrumba.

En los alfabetos bajo el polvo ajado de la revelación donde la palabra se vuelve cosa

que obra. Polvo al polvo lo que permanece, incluso después de la fe.​​


Peralta (Argentina, Pcia. de Buenos Aires, Avellaneda, 1978)











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