Alguna vez acompañaste a morir a alguien.
Estuviste a su lado cuando se iba.
Pudiste ver sus ojos entreabiertos en la mañana,
por un instante, como si quisiera llevarse
una última claridad del mundo.
Percibiste el cambio de ritmo de su respiración,
que anunciaba que falta poco
para que su cuerpo, esa máquina única,
finalmente parara. Cada respiro,
más lento y más marcado.
El corazón, ahí, debajo,
prolongando por unos minutos la espera,
para asegurarse de que todo estaba bien.
El timbre del teléfono de la habitación
y la voz que contaba
que el bebé estaba por nacer,
casi al mismo tiempo que en esa cama
todo se calmaba,
y la despedías.
Cervero ( Argentina, Buenos Aires, 1972)
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