uno
la corona de plumas del indio ¿se resguarda en el vuelo del halcón? la ventura animada de su voz ¿en las aspas del viento? los árboles que hachaba el poeta ¿tocones mudos, constelaciones? la escala métrica, metálica ¿desmedida, destartalada?
la lluvia en el bosque lluvioso no redunda, es oro en estas piedras, oro arrasado que dibujó formas animales en la protohistoria y hoy reposa en vitrinas de museo — murciélagos, ranas de patas traseras prodigiosas que largan fuego o agua o algas por sus bocas, sucesión de mariposas atrapadas en vuelo inocurrido, serpientes que inoculan su veneno —que es su sabiduría— al chamán que parece una rana porque también lanza fuego o agua o algas por la boca. la tierra es una esfera de doble cara — una para los vivos, otra para los muertos. hay más de un universo, dice Vernor, y la iglesia sucumbe o implosiona porque ¿habría entonces más de un cielo? pero el paraíso no tiene retorno, ni contorno — es fruto y hurto de la imaginación. ¿y las flores? salvajes, fabulosas con la enormidad del rayo tientan por igual a colibríes y a monos — y ninguna especie animal triunfa sobre ellas ni sobre el agua. el Caribe, que esconde tanta sangre en sus fosas como el bandido Mi Sangre en su pechera, algún día se llevará esta orilla y esta selva hacia el fondo donde habitan las criaturas fantásticas inaccesibles las del azul único y el naranja fosforescente que acaso reflejan el color del cielo cruzado por el sol o el de una naranja que todavía cuelga inmadura de un árbol mientras las flores que son azahares perfuman el aire caliente y alguien —¿quién?— pasa en bicicleta dejando la marca de las ruedas en la tierra húmeda
Arijón (Argentina, Buenos Aires, 1960)
Comentários