Silbo, y al rato un eco se desprende,
como si llegara alto va y se queda
flotando en el aire.
Silbar no es de mujeres pero él
nos enseñaba a todos por igual,
mis hermanos y yo: silbar, nadar, pescar.
Después crecimos y recuerdo haber sentido
la soledad de ser una mujer
como quien marcha hacia el exilio,
sobre todo del padre,
que en el sueño de anoche
se apareció de pronto en una ruta solitaria.
Diferente y el mismo, como siempre,
a la luz de los faros de un coche, dice:
hija, de la vida no se huye.
Scarabelli (Argentina, Pcia. de Santa Fe, Rosario, 1968)
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