El consejo moral
La tormenta dispuso un velo gris
sobre los árboles del campus. No
tengo nada que hacer salvo escaparme
de unas charlas despreocupadas que
deberían relajarme. Una prima
de mi esposa, que se le pareció
tal vez mucho en la risa, en las pecas,
en la forma del torso, ahora vino
de visita unas horas. Cada vez
que la veo reírse, como si fuera
una versión más ancha de la boca
que hace décadas beso, no consigo
sacar de mi cabeza una infidencia
sórdida. Y en paralelo crecen
mis fantasías de celar un cuerpo
que maduró conmigo. Ah, el amor,
como dijo un amigo, no debiera
ser una cuestión personal. La lluvia
se desató de nuevo en el cemento
de los baldosones, en el pasto vivo
de febrero. Ya es hora de volver
y decir unas frases, asistir sobre todo
a lo que dirás: “¡Qué extraño! ¡Qué raro!”,
para hablar de otro primo que hace diez
años que se esfumó y ya nadie sabe
si está vivo, está loco, si dejó
un hijo sin nombre en la Patagonia
y un cuerpo sin tumba en los trópicos
en donde se sumergió acaso para salir
de una manía o bañarse más en ella
o terminar de una vez con todo eso.
Lo conocí, era una especie de satélite
de los afectos familiares, nada
lo ataba demasiado. Cae agua y yo
tiro de la soga que siempre se anuda
y llegaré de nuevo al lugar donde escucho
un ritmo y una expectativa. Cuando
pare un poco el aguacero de afuera,
dejaré a dos poetas ingleses, a un francés
crítico, a un novelista italiano, estos
dos últimos sin leer, en la biblioteca
y habré cumplido un trámite. El poema
quizás fracase, pero la mano asiente
al movimiento de sus sensaciones
y mis ojos nublados en la lejanía
–presbicia que compensa la miopía–
se entregaron al goce de mirar las letras.
¿Y dónde están los otros, que no escriben,
que creen en fantasmas, que no saben
que este día de torrentes de agua
se parece a otras lluvias pero no
volverá nunca? El cerdo de la piara
epicúrea me susurra ahora que corte
minutos, frutas de estación, pero el consejo
moral vale más que el musical:
el loquito, el drogón, el nombre ausente
como árboles, pájaros, arbustos, mariposas,
se orientan al salvataje del momento
y las palabras siempre llegan tarde.
Mattoni (Argentina, Pcia. de Córdoba, 1969)
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