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Foto del escritorBRUNCH

SEBASTIÁN JAKA

El lector leído


El problema es que, más que lector, yo utilizo los libros para apoyar la pava mientras mateo orondamente sobre la cama:

verán, despliego los libros alrededor de la colcha como si fuese un agrimensor que estuviese midiendo un archipiélago desde un avión

y encuentro entre los pliegues sinuosos

la superficie lisa y límpida de un libro que se ofrece, digamos, como un llano perfecto para depositar este objeto ominoso y pendulante.

Lo que sucede luego es algo digno de asombro: los libros, al ser expuestos al calor de la pava, vibran súbitamente llenos de una vida material, se retuercen, extienden sus manitas atrofiadas, se acicalan, se desentumecen, babean, y es como si de pronto nacieran o despertaran de un largo y oscuro letargo, y ahí nomás, se restriegan los ojos, los abren y, como no son sonsos, aprenden rápido a leer

y al leerlos, así, digamos, como cuajados de sí mismos

ellos me leen también a mí

y es tan impúdico lo que sucede

tan contrario al contrato establecido

tan trulalá

que entre el libro y yo queda sellado un vínculo

que sólo ocurre a veces entre los amantes

que se confunden locamente los unos con los otros

y se cambian de ropas

y se cuentan los dedos de los pies y de las manos

y se susurran velados secretos al oído

y hasta toman el rol del cuerpo ajeno en las formas del amor

de modo tal

que cuando devuelvo el libro a la biblioteca

y otro lector lo agarra

al abrir sus páginas

sólo alcanza a leer los pasajes más oscuros de mi vida

¡oh, fatalidad!

¡oh, buenaventura!

!ellos no sólo me leen, también me escriben!

¡tal es la naturaleza mimética del libro!

y lo que ocurre entonces es tan deliciosamente obsceno

tan pornográfico en sí mismo

tan trulalá

que los lectores no pueden dejar de leerlos

la fascinación los toma por completos

los embriaga mi absoluta desnudez

quieren saber más y más sobre mi vida

buscan pelos y señales

se retuercen de ansias por saber más acerca de mis cuitas

así que

cada vez que van a la biblioteca

no sin vergüenza, preguntan por los libros que yo he leído

y se los llevan a hurtadillas, como si cargaran con un objeto robado

y los devoran bajo las lámparas derrengadas

como si comieran una tostada

mientras tanto yo sigo apoyando la pava sobre sus tapas relucientes

y me dejo leer a ojos llenos

por estos paparazzis nacidos del calor y su tormento

de modo tal, que con cada lectura que ellos hacen de mi vida

es como si me releyera a mí mismo

y, a medida que pasa el tiempo

me voy despojando de mi pasado

me vuelvo limpio y nuevo, como un niño recién nacido

y, a juzgar por los mensajes de admiración que los lectores me envían

por los ¡hurra!, por los ¡siga así, mi amigo!

y las reseñas que aparecen de tanto en tanto en diarios y revistas literarias

me voy convirtiendo, día a día

en una gran celebridad.


Jaka (Argentina, Pcia. de Buenos Aires, Tandil, 1978)



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