Congeladas las uñas de mis luk’anas, se hunden en el fondo de mis bolsillos, reposan y se frotan con mis muslos, mientras te espero, -aquisitos pues- en la esquina de Bogotá y Campana. Allí donde venden Jean´s.
Son las 6 de la mañana y me re-localizo ahí, -ahisitos-, en ese uqi -tiki de laca, pues la he visto reconstruirse más de 5 veces, en los mismos horarios y días que ansió verte.
ia me conoces, camino la misma vereda que vos, -a veces corro- sobre todo al medio día o después de las 3, cuando en las calles chorrea wila-wila de fuego.
En frente se instala Juana, envuelta con su mandil, sus piernas trenzadas, con polainas milenarias, -venidas del Alajgpacha Esquel-.
En un vaso profundo vierte ese líquido áspero-sólido-violetoso que emana calor, y abriga de api a los buñuelos-morenos.
Sus ojos cobrizos-menguantes, se hacían crecientes, cuando io te veía llegar, y Juana me decía -¡“uyuy ia pues!”.
Esta vez me anime a preguntarte, si querías el café yungueño con iapita- forexport- pues tus pecas, marcaban una gringuetud-pomela poco callejera,
te cruzabas los 3 elefantes, esperando más de una hora: – ¡bien bonito, bien calentito se lo hago señorita, con servicio de primera mano!, agregaba Juana, y-ia tus guantes cubrían esa tasa.
Tu nariz no fruncía por ella y emanabas tu primera kusisa sonrisa.
Tus hoyuelos pomelos desnudos-sueltos caminaban, por ese miedo al color, ia podían dormir en mis qhusi-nayras. Pues que delirio, ia tu entraña rosada, me nombraba persona y no se incomodaba. Querías volar esa norma que segregaba y también te anulaba.
Te invite a trazar la manta de Juana, marcamos parcelas, así se construyeron casas te repetía, quisiste poner como ladrillo tu manta: – ¡de etiqueta! no se achica como la de Juana explicabas, io la retiré y te eructé mi costado marginal.
Prendida, ¡sos fatal! arengabas, mientras envolvías tu etiqueta.
Mi oído marrona, escucha el estéreo, de todos los viernes, ofertaban la docena de medias a cien pesos, y ese zumbido colonial tuyo se hacía eternamente insoportable: -¡Juana no es tu sirvienta!.
Cinco para la una, esa esquina quedo perdida, -en ese instante- una nube cubrió la luz de la vereda y se durmió encima de dos edificios.
“No soy pura, ni tengo partido”, me escribiste envuelta en una empanada. Y una cadena rota te ubico por Campana. Adoro esta calle cantabas de a ratos y te sorprendía la curvatura de mis jean´s calzadas en mis mejillas voluptuosas. -Danzaba kuskilla-
Fue en ese instante, se acercaba japt´aña, los canteros anunciaban la llegada de buitres-galopantes-uniformados, io sacudía de latidos. Espacio público volaba y retiran la manta de Juana.
Un telar de dedos intenta parar tal escupitajo querían que devuelvan la manta: – ¡él mismo que comió de las manos de Juana se lleva sus mangos y su manta!, repetían, mientras buscaban salirse de la lupa, pues veían los azotes.
Marronada, el horizonte chorrea wila-wila, -no te veo-, sin respiro sudo ferviente, mis nudos se estremecen, ya no hay tierra ni Alajgpacha.
El eco familiar me jala hasta Cuenca, y solo escucho latir mi pecho.
Te pinto águilas, cerca de las venas de tus hombros, y mi dedo izquierdo se clava , y posa en la pirueta de tu etiqueta- Levisexport.
Las gargantas se aquietan-inmóviles-quedan. Te apretó las entrañas de tus brazos, ,eso tiene color te lanzo, vidrioso tus respiros, me señalas a Juana -mi warmi-madre – mi warmi-madre a salva.
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