Mi madre estuvo seis años
de su vida intentando
quedarse embarazada .
Su padre, antes de morir,
demente senil,
desde su cama hospitalaria
le vaticinó no una,
sino varias pariciones.
Así que, haya sido por fe,
o por la crueldad
de los tratamientos de fertilidad
en un cuerpo joven
y un matrimonio
que recién comenzaba,
finalmente desistió.
Cuando llegó la noticia
de mi venida a esta tierra,
su suegra la miró sorprendida
y le dijo en italiano cocoliche:
creía que eras machona.
Mamá le cortaba las unas
y se las pintaba con cuidado
y dedicación, todos los días,
a mi abuela que estaba ciega
por la diabetes, la maldad
y la depresión que la carcomían.
Mamá sabe cosas de enfermera,
supo cuidar a Cecilia,
la mujer de su hermano,
que parió a los 14 una nena.
Cierro los ojos y la veo
colocándole cremas olorosas
en las várices de las piernas
que acunaron demasiado pronto.
Al terminar ese rito cotidiano
junto a mi tía Rosana
(antes de la esquizofrenia)
corrían las sillas y el equipo de mate
y escuchaban un casette
de Rafaella Carrá;
que explota explota que expló
que explota explota mi corazón...
revoleaban los brazos y el pelo
entre los juguetes y las cucharas.
Las más chicas nos reíamos
como enloquecidas
sin comprender, todavía,
la fuerza y la irreverencia
de la cocina de casa
llena de mujeres bailando.
Barrego (Argentina, Pcia. de Buenos Aires, Luján, 1987)
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