Miro torvamente al cielo y te cubro
como un mendigo sus fósforos y su botella,
tiempo nuestro,
bosque resplandeciente del que la luz parece ya no querer huir,
precisa suma de las manos
que sin cesar trasladan agua y fuego entre tus árboles,
de los rostros que, entre tus paredes de casa infinita,
sueltan sin tregua músicas y bruma
-todos al fin y al cabo amables cántaros que sólo crecen fuera de la
tierra,
que sólo sobre la tierra dan pupilas-,
amada caja de contables brillos y oscuridades,
jardín del instante en donde hay viejos y niños y mujeres con las que hacer sal,
luz, luz que rueda y que desnuda
o luz de las lámparas, más amiga de la voz,
tiempo nuestro, solamente nuestro,
tus costumbres son las únicas justas,
tus ciudades los supremos cofres,
tus piedras las más mudas y grises.
Jamás el universo se hallará mejor que hoy,
ni el sol pesará tan dulcemente sobre la tierra,
ni la madera estuvo así a punto de hablar,
ni duraron tanto las mariposas.
Sólo tu barro se habrá sabido negro,
sólo tus árboles habrán intentado temblar,
sólo tus flores habrán oído pisadas.
Ningún pájaro volará más ágilmente que esta lluvia
y ningún muerto pensó más que está sombra.
El débil país de todas tus palabras,
que no circunda de ningún rumor a la tierra,
hace como los otros que encendían fósforos contra el silencio,
pero se ilumina solo además con el viento.
Por vientos y perfumes y animales desvelados
siempre harán saber las noches más oscuras
que en su sótano frutas penden de ramas,
pero sólo de la tuya se habrá contado que bajó
ella misma junto a quien se confundía y asustaba
a avisarle: "¡Calma! ¡No somos los siglos esfumados!"
"¡Aquí palpo los volúmenes de oro!"
Reches (Argentina, Buenos Aires, 1949-2018)
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