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PEDRO MAIRAL

  • Foto del escritor: BRUNCH
    BRUNCH
  • 6 mar 2024
  • 2 Min. de lectura

Un durazno


Morder el verano,

morder el sol entero

por 1,80 el kilo.

Este durazno recién llegado a casa

fue apenas sueño de árbol escondido

alentado por el fertilizante,

después fue flor y fruto verde solo

protegido de plagas y de heladas

por cinco pesticidas,

engordado por lluvias y riego por goteo,

cosechado por Pablo Luis Ojeda

oriundo de Río Negro

que tumba en un colchón de gomaespuma

su cuerpo dolorido cada noche.

Cargado en un camión que avanza bajo el cielo

maduró este durazno con el viaje,

después llegó al mercado,

atravesó las mafias,

fue a parar a una cámara de frío

que le fijó el color

y lo detuvo durante cuatro meses

cerca de San Cristóbal

hasta que lo compró Supermercados Disco,

y lo llevó a la sucursal 14

sector verdulería de autoservice

donde yo lo elegí, lo embolsé, lo hice pesar

lo tiré en el carrito

al lado del pan Fargo, las pechugas,

junto al Skip Intelligent y el queso,

lo llevé hasta la caja, le leyeron

su código de barras,

lo pagué, lo reembolsé con nailon,

lo traje caminando hasta mi casa

cruzando la avenida,

bordeando el hospital,

entre ciegos, cirujas, policías,

lo subí en ascensor

y llegó a la mesada de mármol sin golpearse.

Entonces lo libré de las dos bolsas,

le lavé el pesticida en la canilla,

le lavé todo el cansancio del camión, el humo,

la noche de las manos de Pablo Luis Ojeda,

le saqué la etiqueta de la marca

y lo mordí con ganas de matarlo,

lo asesiné con dientes, mandíbulas y lengua

y a pesar de la química, de la distancia muerta,

a pesar de la larga cadena intermediaria,

me encontré allá en el fondo de su sueño amarillo

con esa flor primera que perfumaba el viento.


Mairal (Argentina, Buenos Aires, 1970)




 
 
 

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