Nuestro lugar
siempre estuvo en el frío,
donde la nieve hace
que la ciudad se quede quieta.
Cada edificio con su fachada espléndida
nos confiere una pequeña potestad.
Pero de este lado de las paredes,
la ventana no significa lo mismo:
el agujero por donde espiar
una serie
de comportamientos pautados,
a paso de cuero y, cada tanto, charol,
un andar silencioso y francés;
ordenado.
El ojo va donde la mano apunta:
el Louvre, Pont des Arts,
la Plaza de la Concordia:
por el mismo suelo
rodaron las cabezas
de María Antonieta y Robespierre.
Más adelante
en la Iglesia de la Madeleine,
sentado sobre telas
y bolsas de colores,
un hombre pide limosna.
A su lado se erige,
frente a un platito de leche,
el gato absoluto:
un gato que es
todos los gatos.
Ambos observan a la gente
que camina con rigidez documental.
Giglio (Argentina, Pcia. de Córdoba, 1982)
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