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Foto del escritorBRUNCH

PABLO ANANÍA

Escribir, dejar de hacerlo


Ahí, un cuerpo esbelto desvaído, sin poesía.

En la otra parte, a su costado, una infancia trágica,

pero también el paraíso.


Dos cuerpos queridos en uno dividido

brutalmente. Exento uno de ansias

y de envidias. Uno en el borde de lo

oscuro, otro sin vida.


Aquél cuya memoria exalto

no es capaz de entender que puedan

sin cuerpos las almas revivir.


No expresan emociones

las sombras de los muertos.

Mas algo en la nada tienen.

Una infelicidad que los vacía.


Me recuerda hoy, al traerlo nuevamente a casa,

qué cosas excelsas de su vida aprendieron poetas

y suicidas. Él, que se enfangó en mil vicios.

Este, que imitar quiso en vida la vida

de los dioses, los que su carne, su sangre

y su palabra expusieron para llenar de acento

amargo un continente silencioso de poesía,

¿nunca supo cuál era la medida de su tiempo?


¿Por qué ya herido por la muerte abrazaba

a sus amigos, de los cuales sólo pena recibía?

¿No había fiebre, ardor de pecho, dolor

de vientre, neumonía?


Esto que digo lo supe desde mucho antes de oírlo

de su boca, lo juro. Pero él, que había escrito páginas

de intenso dolor frente a los padecimientos

originados por el habla, que afirmaba ser un ser

de pertinencia subterránea, que se consideraba

a sí mismo una especie de destructor cuya escritura

aumentaba la existencia, maestro de los límites

de la palabra, con su pensar obligaba a no pensar.


Decía: “mi no tiempo está próximo” y del otro exigía

una negación completa del lenguaje. “Vos escribí, que

la barbarie se instale en tu poesía. Es fácil y difícil”.


Lo he comprobado. Hay que intentar escribir

para dejar de hacerlo, reescribir el idioma, deshacer

lo hímnico, anudar los vocablos, armonía compositiva,

reiterativa, insistente.


¿Y qué se sostiene con tu palabra? La nada, no ser.

El adicto se sostiene en la nada. Ahí algo se tiene

y no se tiene.


Ananía (Argentina, Rosario, Pcia. De Santa Fe)



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