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PABLO ANANÍA

Algarabía

“Dios ha llegado. Lo encontré en el tren de las 17:15” (Keynes, refiriéndose a Wittgenstein).


Busco palabras que al azar pronuncio con el deseo de comprender. No el significado, el accentus. El sonido de un vocablo que a veces se acorta, otras se contrae según mi estado mental, agudo si un dolor se avizora, grave si el sueño induce a husmear en mi mente no lo que digo -lo que dice ser que invoca la palabra- sino signos. ¿Signar acaso da sentido? Jibber-jabber llamaba a ese juego Joyce. No juego, algarabía. Jerga propia o colectiva, da lo mismo: lo ignoro. Digno y fidedigno digo: signo, signó, asigno, designo, benigno, insigne, insignificante, significado, persignar: Dios ha llegado, por tanto me persigno, indigno, maligno, ígneo, ignívomo. Esa afición tiene también otro nombre: estupor: algarabía del verbo: locura. Consigno y por un peligno me resigno in signo priori-in signo posteriori. Todo es posible según nuestro modo de inteligir. El intelecto divino -decía Santo Tomás- es anterior a la voluntad divina in signo priori; y la voluntad de Dios (esto que hago Joyce mediante) es posterior a su intelecto in signo posteriori. Amo mi lengua poética. Dios ha llegado en el tren de las 17:15. Es humano.



Ananía (Argentina, Rosario, Pcia. De Santa Fe)





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