OSVALDO BOSSI
- BRUNCH
- 20 abr 2021
- 1 Min. de lectura
Eli y las mandarinas
A los 13 años
entré a trabajar en una herrería
de obra, de 6 de la mañana
a 4 de la tarde. Para soportarlo, me enamoré
de Juan, un chico alto y silencioso,
y a la hora del almuerzo le recitaba poemas.
A los 15, conduje un
carrito de helados, duré
solo un día, no pude conservar el frío
mucho tiempo más, no pude
gritar ¡heladerooooo!
ni una sola vez. Lo mismo
en un bar polvoriento, donde
trabajé todo el día y el dueño, cumplida
la jornada, me dijo
que yo calificaba para algo más
alto, más importante.
Y así seguí contándole
de mis aventuras proletarias
a Eli, hasta que él me contó
de su trabajo de cosechero, allá
en la provincia de Entre Ríos.
--Salía a las 4 de la mañana
para llegar a las seis, y ahí nomás
nos tiraban a las quintas, como a perros
y no parábamos hasta la noche,
dale que dale todo el día. Trepándonos
a los árboles para llenar
canastos y canastos y canastos
de mandarinas. Miles de mandarinas
para ganar una miseria.
Por eso un día agarré mis cosas
y me vine para
Buenos Aires, hace dos años. Eso
no era vida, Os.
Negrear, negreros, negritos,
esas eran las palabras
que rodeaban a Eli
por aquel entonces.
Elí con su canasta colgada
al cuello, sudando
y más negro que el carbón, el sol
en la cabeza y los músculos
rotos, rotos, rotos
de cansancio y de soledad.
.Que suerte que viniste para Buenos Aires
Eli. Y que suerte
que nos encontramos.
Y qué suerte, sobre todo, que no tengas
que cosechar, ya más, una
mísera mandarina...
Sí, Os, que suerte
que nos hayamos encontrado.
Bossi (Argentina, Buenos Aires, 1960)

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