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Foto del escritorBRUNCH

OLGA OROZCO

Donde corre la arena dentro del corazón


Yo nací con vosotras, incesantes arenas,

En un lugar donde los días tiende al sol

sus flores cenicientas, como si solo fueran recuerdo de algún sueño, la mirada de un tiempo guardado por congojas y fatigas,

que vuelve, largamente,

a repetir su inútil poderío.

Es la región mecida por llorosos derrumbes,

una llanura al sur,

bajo el triste sopor de lentísimos cielos.

Allí pasaron flotando las grandes estaciones:

los transidos inviernos por un halo de pálidas escarchas,

con los cardos errantes que alimentan las hogueras de junio

durante largas noches ataviadas de terror y leyenda;

y crueles, los estíos,

por siempre consagrados a una misma paciencia,

encienden unas hierbas, una extensión cansada de grises

matorrales,

toda la sed, la dura soledad de no alcanzar la dicha más

allá de su llanto.

Entre el amanecer y el pausado crepúsculo

Marchan los lentos hombres,

sentenciosos y graves,

al encuentro imposible de una época siempre demorada,

de una respuesta al débil trabajo de sus manos;

y vuelven silenciosos,

a sus tranquilos ritos alrededor del fuego,

contemplando a lo lejos un pasado,

una vana distancia tendida como el humo

sobre el picante

y agrio crepitar de los leños.

Pero no son los años los que dejan esos muros exangües

por donde asciende lenta la memoria.

Son unas y otras veces las sedientas manadas

o el rumor de los campos desvelados

por crecientes mareas,

Los que llegan precisos, hasta el infatigable recordar,

porque una vez se unieron, inseparablemente,

como el tiempo a la piel,

a las gastadas vidas, las bodas y los muertos.

En tanto levantáis,

insaciables arenas,

médanos fugitivos que cumplen en el viento

un sombrío destino,

una misión que sólo reconocen las ruinas

cuando al caer conquistan, en su más basto sueño.

Un poder semejante al que sostuvo

cada piedra en las piedras.

Nada valen, entonces, pobres a nuestro paso,

plegarias y conjuros,

mágicos sortilegios convocando al amparo

de los cielos,

murallas de indefensos tamariscos

que abandonan al sol

un áspero dominio de aridez y despojos.

Desmedida es la tierra que amó en sus duros

hijos hasta la destrucción,

hasta la sal paciente de su sangre,

más de ella aprendieron a contemplar la vida

a través de la muerte,

a saber , sin reposo, que aún no ha sido creado

aquello que

no pueden sobrellevar las almas de los hombres,

y comprender que el cielo y el infierno son

expiados aquí,

con opacas desdichas.

Si ellos se marchan hoy,

Si hoy sus pueblos emigran a lo largo de una

seca planicie

donde antaño crecieron junto a las mismas

casas,

con árboles, pesares y costumbres,

no es preciso volver a la vencida cabeza en

despedida

no es preciso dejar señales de sus pasos que

reciban después

sus propios pasos.

Ellos regresarán,

Porque así lo dispone un lamento de arena

que responde al

llamado natal de otras arenas,

allá

en el más abismado eco del corazón.


Orozco (Argentina, Pcia. de La Pampa, Toay,1920 - Buenos Aires,1999)



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