El alhajero
Cuando ella gritaba de ese modo
yo cerraba los ojos
ponía la radio a todo volumen
y le hubiera cosido los labios
para que se callara.
A veces me aferraba a su vestido
hasta que como ventosa
me convertía en ese juguete que se pega
resbala por los vidrios
y termina en el piso.
A veces fingía que dormía y por las noches
la espiaba en puntas de pie.
Los ojos abiertos
no le tenían miedo a la oscuridad
sino a algo más negro.
Ojalá estos recuerdos se reduzcan
a la filigrana de un camafeo
tan pequeño que apenas
entre en una caja.
Kasztelan (Argentina, Buenos Aires, 1982)
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