Últimos días de Estephan Zweig y su esposa en Petrópolis
Hay días en que uno sabe que el sol habrá de ponerse por última vez en todo el mundo.
Hay días en que el mundo es un huevo perfecto
y uno sabe que flotará dentro
con naturalidad nutricia.
Y días deformes, en que nuestras vidas corren riesgo
de perderse del mundo, deshilachadas y anónimas.
Hay una secuencia de las cosas,
de los objetos celestes,
y hay otras aleatorias.
Confundir ambas es confundir
la naturaleza de las cosas.
Y ahora están confundidas y no soy yo
quien las confunde y se abruma.
La noche llega ahora y no es el fin. Es la noche.
Y nos internamos en ella como en la oscuridad
y no en la noche.
Y desaparecemos
y ya no somos.
El amor del hombre raramente salva
de nada,
ni siquiera
del que ama, y sin embargo,
siendo visto y amado será
quizás, más suave su suerte.
Así que entrar en la oscuridad, en la nada, con amor
es estar concentrado en su propia humanidad, es
no estar partido.
No te doy mi aliento, no te doy
esperanza. Nos afirmamos el uno en el otro
para ser dos, pero amados.
Acaso no haya otra esperanza que esa,
otro consuelo.
Una parte del mundo se hunde, y otra
sueña, y caminamos dentro de ese sueño
deforme
y nos perdemos.
Para encontrarnos, hasta desaparecer,
nos internamos
desnudos
en el amor y la muerte. Nadie sobrevive.
(Argentina, Pcia. de Buenos Aires, Ayacucho, 1953)
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