Lo efímero
Durante nuestra niñez los balnearios
donde pasábamos los veranos eran
azotados por tormentas
y ráfagas de arena enfurecida.
Nuestros padres permanecían ausentes
o absortos en las tropelías de un gobierno lejano.
También los abuelos padecían enfermedades tremendas
o habían sido muertos por racimos
en guerras europeas.
Y nosotros trotábamos en un sol deslumbrante.
Nuestro lugar era precario,
nuestro tiempo, enorme,
y podíamos correr por horas
en el lugar exacto
donde el mundo caía.
Aun así, el ánimo
no flaqueaba
y en medio de médanos inhóspitos
o a merced de las olas
reíamos y chillábamos
como gaviotas maltratadas
por el vendaval.
Éramos feos.
Éramos tenaces.
Flacos y secos y oscuros
como palos
y no supimos hasta mucho más tarde
que conocíamos
la cara salvaje
de una cierta felicidad.
Gaya (Argentina, Pcia. de Buenos Aires, Ayacucho, 1953)
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