Contra los poetas chinos
Levantemos el puño contra los poetas chinos. Estrellemos
el puño contra su esfinge sonriente, contra
el Mar de la Serenidad que se aquieta en su luna.
Destruyamos a garrotazos su ejército de terracota,
hecho de reflejos en los estanques y temblores de hojas en otoño.
Pisoteemos sus lánguidas reflexiones sobre el paso del tiempo,
sus añoranzas de aldeas sumergidas en la bruma.
Que las garzas rosadas estallen en el aire,
que los mirlos se llenen de colores chillones.
Que el hurón anide en la casa
de las golondrinas, que aúllen lobos
en la noche más calma,
que sus amadas huyan en motocicletas ruidosas,
riendo a carcajadas.
Seamos salvajes como perros de Occidente.
Nada de ideogramas, nada de
caligrafía
con pinceles de pelo de castor.
Nada de equilibrio al borde de la nada.
Que el aire atruene
de máquinas escribiendo en tipografía catástrofe
nuestros manifiestos ululantes,
nuestros poemas malformes,
la ruina que sembraremos en lo perecedero.
Señalemos con burla
a los viejos que bailan borrachos
por las colinas,
que se acuestan extasiados con mujeres sonrientes
de ojos cerrados.
¡Farsantes! ¡Fracasados! ¡Retóricos arrastrados!
La bruma en los farolillos, las urracas en la nieve,
el paso furtivo de la marta,
todo al desván, todo al olvido.
Todo lo arrollaremos con paso de batalla
subidos como una exhalación en poemas que estallan
y arden en lo alto y en la noche
como fuegos artificiales
fabricados en China.
Gaya (Argentina, Pcia. de Buenos Aires, Ayacucho, 1953)
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