Tanto la noche como el crepúsculo pueden esperar.
Ahora miro las sombras de la tarde y son eternas,
y las palomas zurean en las copas de los árboles.
Con un libro en las manos te miro trajinar en el jardín, atenta y pensativa.
Si levantas la cabeza finjo leer, y espío cuando te alejas.
No es un jardín ordenado; es pinchudo y desprolijo, y no te da las gracias
por tu cuidado, pero lo mismo lo riegas
con placidez y conciencia.
El agua que repartes brilla de repente con el sol,
la tarde sigue.
Gaya (Argentina, Pcia. de Buenos Aires, Ayacucho, 1953)
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