Imagina a tres niñas en Moscú, e imagina
que les escribes un poema.
Puede ser en honor a sus ojos redondos,
o al acolchado abrigo que las protege camino de la escuela,
o a sus rodillas desnudas en el verano, durante la siega.
Puedes elegir si quieres tres niñas de Oruro, o
de Nairobi o de Tianjin, en la lejana China.
Son tres niñas, y has decidido rendirles un homenaje.
Debemos evitar los sentimentalismos
y las consignas al uso;
y también el dudoso regodeo en su frescura y belleza.
Como no las conocemos, no podemos hablar de sus virtudes,
y como lo ignoramos,
tampoco nos es dado hablar de sus destinos,
o la ejemplaridad que pudieran tener sus vidas
mientras recorren las calles
polvorientas o luminosas
de sus ciudades.
Mientras tanto, mientras pensamos el poema,
las tres niñas, tomadas al azar, en la ciudad o el campo,
pasan frente nuestro
entre risas,
leves, gráciles, únicas y tan tenues,
ay!, tan tenues
que su perfume ya se pierde y se va,
y no podemos sino despedirlas
en Moscú, en Oruro, en la desconocida
ciudad de Tianjin, en la lejana China.
Gaya (Argentina, Pcia. de Buenos Aires, Ayacucho, 1953)
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