Tranviaria
Llevo al mundo como pendientes en mis orejas,
rozo con mis pestañas a los desconocidos,
beso manos de transeúntes
(hormigueo en los labios).
Que alguien me aborde,
soy el metro que esta ciudad jamás conoció,
atrevidos en mi todos los años,
en mí el transcurrir,
en mí la palabra ventrílocua de cada estación,
en mí la espina
y el diente que muerde la rosa de lo oculto.
Mis muertos no son sombras raídas en la luz.
Que alguien me aborde,
sé cual es el principio y el final de este cuento.
Que alguien suba y se detenga en mí.
Mis ojos son túneles que dan a cualquier lugar,
mis manos paredes para reposar en lo oscuro,
mis brazos sillones para que vengan a hacer el amor.
Roto ya todo lo íntimo en mí,
he de saberte andar,
mundo, con los puños cerrados en señal de auxilio
y no de defensa cerrados
para llevar en ellos el resto del aire que no supo caber en mis pulmones.
En la imperfección está lo bello.
No necesito ser el poeta sino el poema,
la belleza está por encima
de la lógica de cualquier poeta.
Necesito andarte despacio, camino,
no me detengo en el asombro de saber llegar,
mundo: en tus barrios, tatuadas están
las paredes de calcárea sumisión,
en tus barrios fue donde aprendí
a defender el descenso.
Soy el metro que esta ciudad jamás conoció;
en mí los volantes con fotos de desaparecidos,
en mí tumultos de palabras
que alguien no pudo barrer bajo la alfombra,
en mi el transcurrir.
Que nadie venga a preguntar
porque no te describo,
esperanza,
yo hablo de eso otro bello,
que no está en lo bello.
Abórdenme predicadores de la tarde,
zanates, pirueteros, estudiantes:
no olviden el punzón y escriban en la oquedad de mis vagones
teléfonos para citas de amor,
DJ, bartenders y todos con título
de extranjerismo en su profesión,
suban carniceros del San Isidro, conserjes
y putas, albañiles vengan a devolver la sonrisa
a las princesas de los domingos.
Mujeres: describan con su carmín
la caricia que no les tocó,
suban, fresitas del high school,
madres solteras, suicidas,
docentes, vengan a traficar
perfumes traídos del Canal de Panamá,
vengan a abordarme, en mí el transcurrir,
todos los años, el suspenso del que anda a tu lado,
a pesar de su humanidad.
Sé quien soy, basta una palmada en el hombro
y retorno a mis pies nauseabundos de sueños,
basta una palmada en el hombro
y retorno a mí al anonimato,
a la flatulencia, a la humana que soy.
¡Abórdenme!!!
soy el metro que esta ciudad jamás conoció,
vengan y calcen mis pies
ya que nunca podrán calzar mis zapatos.
Oyuela (Honduras, Tegucigalpa, 1982)
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