¿Con qué se rebuscaban el anteaño
si hoy no existen puestos para todos?
Sin un laburo fijo nuestras vidas
seguían sus rebusques por estancias:
cuando el sol se ponía bien arriba
de la bocha y los sesos calentaba
sabíamos hacer la temporada
en la costa vender churros rellenos
choclos con mayonesa a los turistas.
A la vuelta las viejas esperaban
para la dulce época del higo
preparado en los potes caramelos.
Después venía el tiempo de la leña
asaltaban los montes las partidas
en procura de astillas de eucaliptos
con que alimentar las salamandras
cuyas bocas jamás se satisfacen.
Tras abría la caza de la liebre
al caer la helada por las noches
bravías camionetas rastrillaban
los circuitos rurales y banquinas
y las presas quedaban hechizadas
con los ojos de rojo reventados
al ser interceptadas por las luces
de un par de reflectores. Enseguida
llegaba la estación de la carneada
el campo convidaba sus mejores
frutos: facturas puestas a secar
durante meses duermen enganchadas
a tirantes del techo de un galpón.
Pasado el temporal de Santa Rosa
el césped abundante se venía:
a la siesta se oían los ronquidos
de mil motoguadañas en los parques
que se desperezaban del invierno.
¿Pero adónde migraron todos ellos?
Los principiantes fueron ocupados
en una concesión de pavimento
para asfaltar las rutas hacia polos
de siembra. Por las mismas rutas luego
salieron en extensas caravanas
los equipos de chacra y las cuadrillas
a estrenar la cosecha de pastura
en el Rosario de la Santa Fe.
Algunos no los vimos más los otros
regresaban con una tos extraña
y a la razón cerraban sus oídos
y su disparatada lengua larga
y sus ojos tornaban de color
verdoso y se volvían marañones.
Cuántas gentes cayeron por la peste.
que hizo grandes estragos y trastornos.
si hasta los más intrépidos huyeron.
Moureu (Argentina, Pcia. de Buenos Aires, Ayacucho,1976)
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