Mao explicado
“El marxismo–leninismo. ¿Definirlo? El sol, cuando se pone, es rojo... después desaparece. Pero en mi corazón el sol no se pone nunca”. Fragmento de “La chinoise” (1967), de Jean–Luc Godard
“Subidas insignificantes pueden llevar a cimas de libertad”,
creyó escuchar, aunque en verdad se trata de letra muerta,
antes viva que impresa. Después se ve de un modo más
claro: los árboles están allí, y crecen. El crecimiento
no es tiempo, sino duración en la resistencia y, a más tardar,
derrumbe neto en la fijeza. Entonces, amiga mía, esperaba
el momento en que de repente encontraría la imagen única.
La cocina como idea de una cocina. Ya sueltas las fieras,
están encerradas en sí mismas, concéntricas, observándose.
Lo que sucede es que este mundo de formas funcionales,
carece de razón; alguien alcanzado por un golpe de hacha.
“El cedro azul de la casa de los viejos –de aquellos viejos–,
los muebles de esa casa, el jardín y el ciruelo semi podrido
dando todavía algunos frutos de cristal verde–agua;
el subibaja donde me quebré los dos huesos del brazo
izquierdo el día del cumpleaños treinta y tres de mi madre;
ella misma, mi padre y mis hermanos; las pilas Eveready
en fila india simulando la partida de un tren por las ranuras
de las lajas de la entrada del patio de la casa de mis viejos;
esas ranuras y ese patio, y el jardín de invierno sepultando
el patio original, resquebrajado por el uso del tiempo,
y donde nacieran los trazos de tres países imaginarios;
esas tres naciones, siquiera tampoco; los treinta y tres,
los treinta y cuatro, los cuarenta, los cuarenta y nueve
años de mi madre, los casi ochenta y siete de mi padre,
los veintisiete de uno de mis hermanos, los veintiocho
del otro, mis treinta y pico; el pequeño perro marrón claro
y blanco, aullador como lobo enloquecido buscando la luna
llena, porque no toleraba el timbre de voz de Kate Bush
en Wuthering Heights, y aquel hermoso gato gris, autocrático,
capaz de armar en pocos segundos un torniquete imparable,
mordiendo las sábanas y girando sobre su propio centro,
mientras los tres dormíamos, destapándonos así, de a uno,
y todo con el fin de obligarnos a responder a su llamado
de la especie. No están, se fueron, se los llevó el aliento
de perro enfermo de hambre del chaparrón de la tarde;
sin embargo, esa tarde, eliminada de cuajo por el chaparrón
de la tarde, sigue siendo la tarde previa al chaparrón de la tarde”.
Arteca (Argentina, Pcia. de Buenos Aires, La Plata, 1960)
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