Pasto quemado
Una fotografía que, a primera vista, no es tan bélica como parece. En ella hay sangre, es verdad, gritos congelados, los restos dispersos de una explosión casera. Lo que deja un artefacto hecho en la soledad del hogar. ¿Belfast 1972? ¿Nicaragua 1979? ¿La Plata 1974? Soy una excelente persona sin sponsor que, en cierta medida, siempre se sitúa a un costado. La línea blanca es lo que se escribe. La línea negra, que la escriban los otros. Dios debe ser una invención muy resistente, donde algunos insisten en sentirlo cerca suyo, desde miles de años, todos los días y cada segundo de cada día. Se lo encuentra en las plantas de alfalfa derretidas por el calor del verano; en el repollo colorado y muerto de frío en la heladera; en las axilas depiladas de la enfermera de guardia; en ese tubo largo, blanco y sucio que suministra oxígeno en los hospitales bonaerenses; en los ojos dados vuelta de placer del carnicero cuando corta un bife ancho para el cliente de turno, etc. Y aunque él enterró un cuerpo carbonizado, eso no es tan así, porque sólo se trata de pasto quemado. ¿De qué sirve que uno se salve solo? Lo concreto es que ese día, marcado en rojo en tu almanaque colgado del marco de una ventana de aluminio, y justo cuando más lo necesitabas, no se hizo presente. Ni él ni nadie. Robert Lowell se preguntaba por qué ya no le sirven las “bienaventuradas estructuras”, mientras que yo las busco para después seguir inmóvil como antes. Es simple, como que no hay aeropuerto del que despeguemos sin ser identificados.
Arteca (Argentina, Pcia. de Buenos Aires,La Plata,1960)
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