El alcohol y las mujeres
Se abre el silencio
en tu pecho de nácar. Los
alfileres en los ojos de los gatos. Ahí
se anticipa la agudeza de las noches
en las que discutimos si tener hijos
era una buena idea. Yo dudaba. Pero vos
me terminaste de convencer y tuvimos
no uno sino tres. Una hembra
y dos machos. Vivimos 20 años
juntos, Patricia. Pero a mí me sucedió
una catástrofe. Me enamoré de otra mujer.
Me fui a vivir con ella. Nuestros hijos me odiaron.
Pero algo bueno tuvo esa movida. Dejé de tomar
una botella de vino y media de whisky por día
todos los días. Y sólo pasé a consumir una
cervecita los sábados. El resto de los días
de la semana la sobriedad de un amor
con muchas risas ocupó mi corazón que
era como un soldado viejo, veterano
de muchas guerras. Había desertado del
infierno familiar para irme a vivir con una
mujer 13 años más joven que yo, bella y 13 centímetros
más alta que yo. Me transformé en un clown.
Hice reír a su hijo y a ella. Y esto duró 4 años.
Después me fui a vivir a lo de mi vieja. Y después
me fui a vivir sólo, a un departamento de la calle
Salguero. Volví a consumir cantidades cósmicas
de alcohol. Estuve triste hasta que conocí
a Virginia. Con ella vivimos siete años. Ahora
estoy otra vez solo. Feliz y con
pocas lastimaduras si consideramos
el agitado viaje que hice. Mi pecho
todavía late. El tabaco es una gran
compañía. El humo de los cigarros es
magia por las mañanas. Veremos
qué puta cosa sigue. La vida es
muy abundante.
Herrera (Argentina Buenos Aires,1966)
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