El músico
Acongojado llora
con sus débiles dedos
la furia y el odio
y el lodo
que fue su origen.
Las cuerdas de su instrumento
como míseros revólveres
o quizá tendones de un dios ebrio,
cantan.
Y es sólo penumbras
el despertar de su hora tardía.
Y es sólo tiniebla
el entornar pequeño de sus ojos.
El músico está allí
donde el dolor no puede confundirse
con los ecos del demonio.
El músico es por fin
la tenebrosa ansiedad
de no volverse loco por el tiempo.
La vida que no recuerda nada,
el antiguo reloj en el que cayeron las lluvias.
Su soplido, fresco rechinar del abismo, cae.
Y su cuerpo de quimera y cárceles
va ensordeciéndose del cielo,
y quejándose de la soledad
que pudo por lo menos haber sido incomprensible.
Y así se materializan
los pensamientos del músico
como cruces que se encuentran
acostadas en el vientre.
Y las locas guirnaldas del verano
entreabren su pudor
Y se escucha el sonido.
Spinetta (Buenos Aires, 1950-I 2012)
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