Me acuerdo que yendo de Susques a Chile
tres camiones rojos
pasaron.
Todo era el desierto que produce la puna
en las pupilas. A lo lejos
manchones de agua. Vicuñas. En mí
todo estaba roto.
Tres camiones rojos
pasaron. Corrieron brevemente,
-sobre el asfalto-,
su estructura metálica. Iban
a 100 por hora. Pasaron.
Todo estaba roto, es decir,
lo único que estaba roto en mí
era el amor. En la burbuja
del amor tres camiones rojos.
Eran rojos, grité: ¡rojos!
como mi moto roja -la pequeña tormenta roja-
que ya no está aquí.
Ahora necesito morirme
al menos una temporada
o irme de viaje. Glauce Baldovin lo entendería.
Ahora que veo la foto que prueba que un día
anduve en lo alto y por lo solo y con lo hondo
de lo hondo en la puna
sobre una moto roja
recuerdo
los tres camiones rojos que pasaron
a 100 kilómetros por hora. Todo
se me ha vuelto a romper,
es decir, el amor, otra vez,
en mí está roto. Y yo en él.
¿Cuántas veces habrán
llegado a destino
desde aquel marzo del '10
los tres camiones rojos?
Y yo, ¿llegué a destino?
¿qué destino es este
de saberme en tránsito?
¡Qué posesión tan frágil la del inquilino!
Y roja era la carpa
que armé a 4800 metros de altura
una noche chilena, sobre unos mofedales,
un marzo de este siglo,
once horas muriendo lentamente de frío,
-en lo alto, por lo solo y con lo hondo-,
las vicuñas se fueron detrás de la montaña,
las aguas se helaron,
mi amor estaba roto
como ahora, mi querido Gomez Jattin,
como ahora, el amor en mí, y roto.
Pasaron,
un minuto después ni siquiera
los tres camiones rojos titilaban
en mis pupilas. Pura puna. La nada más bonita.
La falta del todo más hermosa. La puna.
Una ruta. Los tres camiones rojos.
El escaso chirrido de un motor pequeño.
Un amor, el mío, roto.
Roja la moto. Pasaron.
Los tres camiones rojos.
Y yo, otra vez, el amor roto,
muriendo de frío, solo,
y este grito mío:
¡aún estoy aquí, desgraciados, aún estoy aquí!
Tejerina (Argentina, Pcia. de Córdoba, Bell Ville, 1974)
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