Acaba de pasar Walt Whitman subido a un Rastrojero.
Acaba de pasar envuelto por quesos, huevos
y aceite adulterado que él mismo rebaja.
Nadie lo ha visto de norte a sur en estos campos.
Con figura de barril gasolinero
ensancha sus productos,
los envuelve en su cadencia,
los estira, los malgasta,
y el Rastrojero marcha.
La mole del instinto frena, acelera y derrapa.
Envuelto por quesos y salames,
va parado en la cúpula de un Rastrojero vencido,
gritando con voz de pozo petrolero,
eligiendo las palabras apropiadas
para vender aceite, huevos y salames.
Debería ser poeta Walt Whitman, debería intentarlo.
Algo metafísico este Rastrojero,
un Dios-Diesel que acelera disparos
en el rostro del tiempo,
a 38 km. por hora, barbudo y callado,
quijotesco.
Con 200 litros de garganta,
como si olvidara que tiene corazón
de un solo latido,
“Walt Whitman, un cosmos, el hijo de Manhattan”,
subido a un Rastrojero
vende huevos, quesos, salames,
y engorda un salario de flatulenta metáfora.
Nadie los ha visto de sur a norte en estos campos.
Nadie.
Y esa es la gracia.
Tejerina (Argentina, Pcia. de Córdoba, Bell Ville, 1974)
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