He descubierto una rama de odio
en la magnolia del parquecito:
no es de nadie el árbol, el paseo,
el descubrimiento.
De quién es el odio?
Ama la magnolia su brote,
su rama que estalla a punto
de floración bella y blanca?
Qué estupor ver esa especie
creciendo, su inocencia
aparente en la forma de
encarnar,
qué deseo de un
alerta a los sentados, los solos,
los amantes de la sombra,
decir: cuidado allí, cuidado así
yo misma asustada
todavía, conjeturando sobre
modos sorpresivos de proliferación
de un sentimiento
en el reflejo del cristal que el hielo deja
en el tapiz, el musgo en la terraza,
dentro del poso de la taza de café,
hay un odio que crece para alguien
en el cuajo de leche y en la cepa
del vino y en el hilo de coser
puede haber odio.
Camino hacia la zona de luz,
salgo del bosque casi artificial,
de utilería los bancos en la grava,
llevo la rama
pesada, todo lo que miro
se enturbia en el agobio
del recuerdo de un árbol.
Mala semilla durmiendo
entre nosotros, para siempre burlados
en la idea de un Jardín.
Lukin (Argentina, Buenos Aires, 1951)
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