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LILIANA ANCALAO MELI

  • Foto del escritor: BRUNCH
    BRUNCH
  • 28 oct 2020
  • 2 Min. de lectura

La tarde del sábado para lavar la ropa


Entre los peones, que cayeron fusilados en las huelgas rurales de 1920 y 1921, seguramente había hombres de los pueblos originarios que cuarenta años antes habían recorrido libres los territorios del sur


La tarde del sábado para lavar la ropa

pedían los

peones

que ahora les llamaban así a los empobrecidos

williches pikunches ahonikenk shelknam

yagan kaweskar y kamollfunche


Cuarenta años después

un rato de ser wentru pedían

aunque los alambrados


No les dijeron no, a su pedido

siempre fueron afables

tampoco sí:

a las ventanas de brisa en el galpón cerrado

un suspiro limpio que ventile el pecho

y se lleve el olor de los corrales

lo desparrame

como el agua enjabonada

el sábado a la tarde en el patio de la estancia


Un respiro de aire sin

patrones

que ahora debían llamarle así

a los muy enriquecidos


no les dijeron no, los muy prolijos

hicieron venir a los milicos


Y no les dieron:

tiempo para lavar su cara y su cabello

que el agua corra hasta sus pies

el sábado a la tarde

para lavar sus calzoncillos la camisa

la roña de los puños la mugre del cuello

los sudores de la espalda


Salir del ciclo de la lana por un rato

que la parición

que cortarles los huevitos a las crías

y la señal del patrón en las orejas.

que la pelada del ojo que la esquila

que los fardos de lana trepándose hasta el techo


No tuvieron:

los bancos que pedían

para sentarse descansar el cuerpo

armar el círculo de la conversa

y el silencio


y que en los puestos esa distancia alambrada

en la inmensidad del latifundio

el hombre no esté solo condenado a estar impar


Eso pedían a cambio de volver

a producirles las ganancias


Y los ataron como hacía cuarenta años

a sus parientes allá por el chubut

en el corral de sacamata

como a animales

los milicos obedientes de los muy enriquecidos


No les dijeron no, tampoco sí:

al sábado a la tarde

para volver a ser wentru por un rato

para lavarse

bancos

velas

aire

no estar solos en los puestos

no más pedían


Balas

les dieron los milicos obedientes

primero los pusieron paraditos

y en fila como los postes del alambre


A los peones que se habían atrevido

les apuntaron ahí

a la memoria


y fueron cayendo

las camisas con sangre

que ningún jabón refregará el sábado a la tarde


y vuelve a gotear el dolor

mierda


vuelve.


Ancalao Meli (Argentina, Pcia. de Neuquén, Comodoro Rivadavia, 1961)


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