JULIÁN LÓPEZ
- BRUNCH
- 26 jun 2023
- 1 Min. de lectura
Mirar un cubo,
la empalizada que se abre
desierto,
leguas y leguas de lo que se sabe
igual, (aunque la sed se sepa)
la experiencia debe
ser completa y completada
es y se esfuma, se liquida
deja el paso a otro caminante.
Millas y millas por millares
porque la velocidad difiere
la mirada puede levantarse y atisbar
un tiempo en procesión diaria
transversal,
pero los pies son operarios
pegados al planeta
amorosos al fin de lo que enhebra:
eras de una geología inmaterial
que enlaza la cualidad de lo que
atraviesa en toda dirección.
No es el sol de cada día, es,
en todo caso,
constante amanecer
lo transhumano.
Los ángulos del cubo son
la pura adrenalina la punta de la flecha
la esperanza en el abismo
la estampida inconsolable
después del no,
impacto de la carne que se abre
y sangra,
profusa y milagrosa aunque la vida
se escurra en parte,
en galones de dolor inaudito.
Sangra como sangra lo vivo
siempre al borde, siempre casual
extrañamente unido a lo incontrolable.
El ángulo es la perplejidad
siempre inesperada y deslumbrante
no duele, sangra vital
a borbotones
sangra para enmendar la clava de los ojos:
tanto caudal de ese lado
tanto cubo en esta orilla.
Lo que se levanta después
un muro
pisar leguas de calvario que se extiende
planicie y planisferio,
la mar de cristales iniciales
todo podría tener forma
nada es.
Un anhelo de paternidad
(festejo de domingo)
que viene atracado desde lejos
cadena y óxido en el océano de la
historia, varones y varones y varones
por detrás, en los siglos
pulsando anhelo incontrolable
en esta encarnación perpleja,
cúbica, convidada a caminar
las leguas, los pies, los zapatos
la experiencia.
López (Argentina, Buenos Aires, 1965)

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