No me editaron.
No me premiaron.
No me tradujeron.
(No devine influencer).
No me invitaron a hablar de la importancia
de la lectura en la pandemia.
No me invitaron a hablar de la importancia
de la escritura en la pandemia.
Leí a Wittgenstein, y no entiendo por qué el lenguaje
no puede decirse a sí mismo.
Leí a Coetzee
(Jesús muere a cada rato).
Leí a Federico Falco
(en cada lugar somos lo extraño).
Leí a Rodolfo a Alonso
(¡y la poesía es la felicidad de la lengua!).
No leí a Carlos Busqued
ni a Murakami
ni a Byun-Chul Han.
Escuché a Chet Baker
y a Glenn Gould (Las variaciones Goldberg)
y al viento en las ventanas.
Estuve solo y estuve herido
-tan dañado y vacío-
como cualquiera.
Cociné para mi hambre.
Regué las plantas.
Hablé con mi madre
(una piedra es más sensible).
Y escribí sobre lo ausente.
Para desaparecerme, escribí.
Y lo logro, créanme.
Es todo un arte el de fabricar
con palabras el fantasma de uno mismo.
Mi gato lo sabe.
Por eso
(antes de que me disipe)
aúlla para que le dé de comer.
Di Marc
(Argentina, Pcia. de Córdoba, Río Cuarto, 1966)
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