Postigos
a Irene Gruss, in memoriam
La misma gente que veías cuando estabas viva,
que no era poca,
estaba en tu velorio, pero ningún ministro de Cultura,
ningún funcionario de Estado.
El Estado hizo bien en estar lejos de vos
que te alejabas de él.
No lo hubieras recibido, viva, más que con un sarcasmo.
No recuerdo el color de aquellos postigos
que desde tu departamento se abrían al vacío.
Todo lo que estaba cerca estaba lejos en tu manera de tejer
y destejer lo que hablabas.
Dejar unas puntadas entre la sombra y el día
fue lo que quisiste,
pero puntadas gruesas, pocas, largas,
como aquellas que sellaban las bolsas de arpillera
de las papas.
Presentabas lo escrito como un trabajo manual, antes que nada,
donde vibraba la mitad del mundo,
la otra era la sombra,
una inquieta nada,
la otra no era silencio sino presentimiento,
cosas
como las que uno se pone a imaginar a veces
tras las ventanas cerradas,
y cuyo olor sería capaz de describir,
filtrado por persianas, cortinas o postigos
Aulicino (Argentina, Buenos Aires, 1949)
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