Kaboom
La espera en la estación no se hace del todo grata.
Es lunes o es un día que tiene la consistencia de un lunes y su peso se aploma en todo el cuerpo. Pero el tren llega y hay que subir, hay que ir sacarle un pan a la oficina.
¿Hay fortaleza en esta repetición que nos hace formar parte de la clase trabajadora?
¿O apenas somos los practicantes de un sistema de producción que nos marca el ritmo y nos excede?
Sea como sea, ya arriba del tren, uno se acomoda, se mueve a un sector que está despejado. Por fortuna o por ubicación barrial en este ramal no se viaja en modo pescado enlatado. Hay algo de aire en torno a los pasajeros.
En dos asientos cercanos a la puerta viajan dos mujeres que conversan. Parece que están hablando de un hombre. Alternan comentarios en castellano y guaraní con una modulación que suena casi como un canto.
Se ríen, hablan otro poco y vuelven a reírse.
Esa risa te hace reír y te preguntás qué estarán diciendo cuando se alejan del castellano.
Más adelante un chico hace preguntas a un hombre de barba canosa. Quizás sea el tío o el padre, pero más allá del vínculo el chico está buscando información a través de esas preguntas.
¿Hay mayor motor de aprendizaje que la curiosidad?
Preguntando direcciones se llega a Roma.
Así se dijo, al menos, en algún momento.
Más cerca una nena, menor, de pocos años.
Tiene las manos pequeñas y contrae y extiende los dedos prensiles alrededor del brazo izquierdo de su papá. Va con la mirada fija en algo que pasa por fuera de mi rango visual. Quizás esté mirando al vacío o quizás ve algo del otro lado de la ventana. Se me ocurre que está buscando información del mundo a través de los ojos.
En algún momento del viaje sube alguien a pedir. Hay una torsión general en su cuerpo y en su habla, algo líquida por la saliva que se acumula en la boca. Está claro que el simple movimiento le demanda un esfuerzo enorme. Está claro que no puede trabajar. Alguien le da dinero y alguien más saca unos billetes del bolsillo y la acción se repite.
La generosidad (o la culpa) es, a veces, contagiosa.
Una pregunta incómoda y difícil de responder: ¿cuánto dinero se da en esos casos?
(No es regodeo, es inquietud genuina).
Pero sea cual sea la respuesta, si es que la hay, el viaje sigue.
Esto podría funcionar como una oda breve a los grupos de personas que se trasladan en la misma dirección. Estamos, todos, en un encuentro casual e involuntario. Y en nuestras miradas hay un momento breve de descubrimiento y reconocimiento que pasa cuando termina el viaje. O quizás un poco más tarde que eso.
Reconocimiento y descubrimiento.
Vos estás acá, yo estoy acá.
Goméz (Argentina, Buenos Aires, 1977)
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