Afganistán
Aquí solo lluvia de amor perdido.
Solo dorar el cuerpo herido por la sombra,
solo bordear
el rango adusto de la muerte.
Un hombre joven muere y ve su piel desnuda el
alba,
la ven los ojos de un fotógrafo aterrado,
la ven los impresores en el mundo,
la veo yo, que sufro por esa piel que pude haber
amado
de haber sido,
la misma piel que acarició su madre cuando el
cuerpo era niño.
Río de pena por otro rostro exangüe
que acribillan
en las páginas cruentas de otro diario.
Risa feroz que se deriva en llanto,
llanto y cruz, llanto inútil, llanto fatuo.
Qué puedo resolver con este espanto cuando
aguanta
la tierra,
cuando el canto
se alza en los jardines de inocencia que revisten
la vida cada tanto.
Mujeres que destilan elocuencia arrancándose
velos
lo atestiguan,
viejos que danzan
mientras surcan las ensordecedoras advertencias
de poder abusivo
por sobre sus cabezas antiguas y alienadas.
En una calle polvorienta aquella joven ha parido
un hijo,
cien metros más allá, su padre se debate entre el
escombro.
Somos vida y horror,
el severo acertijo del destino
somos pan
somos vino
somos dolor y muerte.
Somos raza de suerte,
aniquilar camino es nuestra traza,
destruir nuestra casa, nuestro sino.
Sin embargo hay Virtud.
Hay feroz necedad
y también un gran hombro soportándolo todo;
desde el genuino lodo
de nuestra austera esencia,
hasta la artera zona que no nombro.
Estévez (Argentina, Pcia. de Buenos Aires, Dolores, 1964)
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