Contaba guita
Inmóvil, sobre su cama yacía el viejo, mientras tanto en la cocina contigua, ante la vista de nadie, mi padre contaba guita. Cabizbajo, sin emitir sonido, movía apenas sus dedos y uno a uno, como cuentas de un rosario pagano, como lagrimitas, los colorados billetes se desangraban, coreografiando un lánguido stop motion en la que San Martín no sonreía en cámara lenta. Abstraído del resto, como si esperara en la cola del banco, contaba guita. ¿El cajón? ¿Alguna deuda? ¿Una parte de la herencia liquidada en super efectivo ya-ya-ya? ¿Para qué contaba ese manojo grueso de pétalos rojos, pesos rojos, pesos argentinos recientemente devaluados del antiguo peso ley, próximo a devaluarse a su vez en australes azules, verdes y grises, como el invierno post radical también devaluado nuevamente en pesos convertibles 1 a 1 con el dólar? ¿Qué contaba mi padre en ese bodoque grueso que hoy no cabría en una chirola de 10 centavos? En la habitación contigua el viejo, el padre de mi padre, yacía inerte clavando la ceguedad de su mirada en el cielorraso. Confianzudo y dicharachero, el tío morboso que nunca falta en semejante entuerto, esbozando una sonrisa increpó al niño que aun era “Mirá que pintón está el abuelito”. Se acomodó el cinto debajo de la buzarda, la pasaba bien el hijo de puta. Algunas mujeres lloraban, otras iban y venían, algún recién llegado saludaba con resignación. Mientras mi padre rodeado de silencio quietito, quietito, contaba guita. Contaba guita ante la vista de nadie.
Minore (Argentina, Buenos Aires, 1976)
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