El agua en la zona de tormentas
refleja lo que nos aterra
el latido entrecortado
el deslumbre
de las palabras apretadas
en las manos, apenas un gesto
puede destruirlo todo,
trazar un corte perpendicular
a la sensatez:
las habitaciones doradas
por la costumbre
caen de tu hombro izquierdo
con voluntad inútil,
como un músculo que desentiende
la extensión de su fuerza.
Vos viste el rayo en el ojo
la luz bailando enloquecida
quedaste ciega
el disco volado de la boca
de tormentas
girando
girando
en la calle desierta
orbitando,
inundada de fé.
Pignataro (Argentina, Buenos Aires, 1985)
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