Hola. Soy dios. Y he venido
a este post a recordar
que he venido de una montaña
de post
donde he jugado con vos
a ser dos, a ser millones de nosotros dos
que somos a la vez otros millones de
nosotros dos que olvidamos
de paso recordar este
olvido y formamos
de tal modo
en la montaña de post, la memoria
del juego. Hola
hemos jugado estos millones de nosotros dos que
vamos a olvidar la memoria
de dios. He aprendido
así pues
de memoria
a olvidar a dios, y a olvidarte a vos
que estuviste junto a dios, a cada rato
diciéndome: hola. Soy
este post, entonces
y la mano que da en el pozo de la madrugada, la mano
que evoca la tecla donde resuena el vocablo día
y este día que escribe, por ejemplo, este
post y el sonido que apenas alcanza
a oírse en la montaña
de la palabra post. Yo vengo
de ahí porque yo soy además la montaña y
soy el elemento azul brotando de esta mano, mi nombre
por lo tanto es como el nombre de todo el mundo, el nombre
de dios, pero también mi nombre es Erik Satie y también
Mamá, y también Enrique y también soy un patio y también
Macedonio y tengo, como dios y mamá y los patios
y Enrique y Macedonio,
como todo el mundo
cinco años. Hola: soy
un hombre que teclea Erik Satie, que dice ahora Madre de dios,
que en la madrugada de dios escribe este post. Este post
también puede pensar en una mujer y
puede, como todo el mundo, equivocarla.
He venido pues
a recordar esta madrugada, tal equivocación.
Vine a equivocar la forma, por ejemplo, en que el azul de algo
se vuelve el azul de dios y el azul del dios se vuelve el muslo
divino de un río, y el rosado esplendor de la luz
de un río se vuelve el rosado organismo
del alma de una mujer y el cuerpo
además de esa mujer.
Todo se vuelve así agua
y montaña, mujer, memoria infinita
de un post que escribe, de tal manera, dios.
Pronto habré
de desaparecer
yo
bajo los espacios azules
de un silencio. Como todo el mundo.
He tocado así con estas manos la palabra dios y la flor
múltiple del vocablo mujer, con la misma mano
con que escribo ahora este post toco simultáneamente
las teclas de un órgano que me recuerda,
parecido al mar, la ligera piel de un insecto
y la ligera lámpara que el insecto puso
luego debajo de su piel. Vine a recordar
así el resplandor de la memoria de un solo insecto en el labio
iridiscente de la historia. Sí.
Y he venido a decir además que no hay, nunca hubo historia
sino apenas la formación de dios, los sonidos gravosos de la piel
de un insecto entre las lámparas. He venido
a recordarme que dios es el encendido de esa luz perdida
ahora entre las montañas
de post. Y habría que subir, me digo
un día estas montañas y escalar, me digo el silencio
múltiple del órgano de la azul montaña para bajar hasta la memoria
de dios y hacer otra vez silencio y otra vez silencio,
un infinito y oportuno silencio
y de otra manera decir la montaña
y de otra manera decir el silencio
y oír
a dios así
riéndosenos
de todos, riéndose, de vos y de mí, de nosotros,
de toda esta cadena montañosa de post humanos
en que nos hemos
convertido. He venido a oír
a dios diciendo
así lírica
sencillamente: hola
como si rezara
acuclillado ante el oído de unas flores
como si dijera además: soy el azul
silencio de la madrugada, soy un hombre y una mujer
y una mujer dentro de otra mujer y también un pez y un
caballo y un perro y una tierna vaca y unas gallinas y una magnolia y un escorpión.
Y tengo esta memoria de dios que escribe
la palabra dios y tengo cinco años
como todo el mundo.
Pantoja (Argentina, Pcia. de Córdoba, 1979)
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