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FRANCISCO GARAMONA

  • Foto del escritor: BRUNCH
    BRUNCH
  • 20 feb 2019
  • 1 Min. de lectura

Pienso en esas mujeres de pueblo, nacidas en espacios circundados, a una región, a un sitio, a una familia, que cruzan altivas calles de barro o tierra, caminando en puntas de pie  para preservar la limpieza del calzado,  con la cabeza repleta de pensamientos circulares, mientras van al trabajo o a estudiar, temprano en la mañana o bordeando la tarde, o incluso ya de vuelta de sus obligaciones,  esperando en un parador el colectivo  que las lleve o las traiga, sobre la misma ruta  que conocen desde siempre...  Todos los días así,  al despertarse,  polvo de canela miel y menta, suave estera, olor a caucho mojado, o de papel y tinte. Cada una a su misión, cada misión a su una. Van hablando solas, ansiosas, practicando modos de interceptar su nueva vida.  Con las manos tocando alguna flor secreta al pasar frente al jardín de una casa vecina. Cuántas formas de intercambio, risas ligeras, arrepentimientos, confusión y súbita alegría,  arrojo de sus ojos  sobre las cosas próximas, obsesionadas por pura exaltación, horror o simpatía.  La juventud se define de maneras ambiguas. Y a veces la libertad nimba el misterio del fracaso. Estoy enamorado de una maestra,  que usa un delantal que es una nube  y que seguro ahora mira el cielo, donde un rayo saca punta a su lápiz, y la pluma de una gallina negra cosquillea sus pestañas mientras busca dormir.


Garamona (Argentina, Buenos Aires, 1976)



 
 
 

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