El mate
De ti a mí, mano a mano,
el mate viene y va.
El mate es como un diálogo
con pausas que llenar.
(Darío lo ha llamado
calumet de la paz.)
Niño que se ha dormido
cansado de llorar
y aún suspira: la lluvia
cae sobre la ciudad.
El brasero sus brasas
aviva fraternal
y, como en la charada,
llena todo el hogar.
De ti a mí, mano a mano,
el mate viene y va.
Nos quedamos callados,
mirando sin mirar
un cuadro, un libro abierto,
un reflejo fugaz.
Tenemos una pena
como de soledad;
nos falta un hijo y algo
que no tendremos ya.
El reloj da la hora
de la serenidad
y, grano a grano, cuenta
arenas en el mar.
La lluvia se diría
que licúa el cristal.
El brasero calienta
el frío del hogar.
De ti a mí, mano a mano,
el mate viene y va.
Hace poco perdimos
un amigo ejemplar;
perdimos un hermano
de exquisita bondad.
Se le acabó la vida
antes de comenzar.
Presente en el silencio,
sabemos bien que está,
pero callamos, porque
no podemos hablar.
Tú principiaste un cuadro;
yo, un libro; y ahí están,
sin terminar las manos,
la estrofa sin final.
De ti a mí, mano a mano,
el mate viene y va.
Llevamos siete años
de vida conyugal,
y nuestro amor reclina
su frente en la amistad.
De los viejos proyectos
casi no hablamos más;
hay algo que nos dice
de un fracaso brutal.
Nos miramos con pena,
durmiendo sin soñar,
nos ha engañado el sueño:
ya no soñamos más.
De ti a mí, mano a mano,
el mate viene y va;
viene a mí fervoroso,
casi frío a ti va.
No hay más luz que las brasas,
ni más calor, quizás.
Mi cigarrillo quema
sustancia sideral,
y como se ve poco,
no nos vemos llorar.
Martínez Estrada (Argentina, San José de la Esquina, Pcia. de Santa Fe, 1895 – Bahía Blanca, Pcia. de Buenos Aires, 1964)
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