ahora me doy cuenta...
no, no soy tu amiga, no
te confundas, si alguna vez
me viste y te sonreí
si coincidimos y palmeé
tu brazo, sólo por
reconfortarte en la desesperación
porque en la desesperación
no se abandona a nadie,
si comí a tu lado, o te vi
beber, o hablar mal de otros
y me reí, no para abrir
mi corazón a amargos como yo
sino para acompañarte
en la mueca insoportable,
si me reí con vos de otros
te digo, no importa, deberías
a estas alturas, saber,
que si te sentaste a mi mesa
y me viste a los ojos, y mirándote
yo también te conté
mis penas, nada de eso,
sabrás, tiene importancia,
porque estar apenada estoy
muchos días al año, como
fuera de mí, como si mirara
un paisaje que no es mío,
o lejano paisaje, nebuloso,
de manera que tu rostro, tus manos,
esos ojos de pensar que ponés, a veces,
cuando te creés grande,
imponente, al contar tu anécdota,
no son, para mí, nada más
que una piel, un colgajo,
una máscara con nombre
y alguna presunta virtud
que todavía no encontré, no
no soy tu amiga, creo
que estamos condenados
a esta vigilia en que
un mismo pájaro negro
nos picotea los ojos
detrás de un vidrio, que
te veo o me ves, en el campo,
haciendo señas con un trapo
rojo, mirando los aviones
pasar rasantes, comiendo
cenizas en un lugar
donde tu sangre bien
podría ser mi sangre,
pero no
te confundas, no,
no soy tu amiga
Anníbali (Argentina, Córdoba, Oncativo, 1978)
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