Una vez matamos
un pequeño animal.
Fue por hambre.
Se iba su vida y dijimos:
sol, sangre
dijimos.
El que todo vuelve a su regazo
lo ascendió,
leve.
Esto no lo vimos.
Puso niebla
humo
en nuestros ojos.
Hicimos fuego.
Comimos.
Entró una muerte
sabrosa,
en nuestra lengua.
Bailamos.
Lo que hubo muerto bailó con nosotros.
Saciados,
contemplamos el alto árbol que da sombra
con ojos de charata.
Anníbali (Argentina, Córdoba, Oncativo, 1978)
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