Hubo siempre un destello de relámpagos sobre aquéllos sedentarios de cabezas descubiertas, y un sol que luego las abría a la mitad como frutos un tanto verdes, mientras en la tarde la siesta era una comunidad religiosa de farsantes, de rodillas ante una virgen de mármol. Y el humo de los cigarrillos que se convertía en nube, en astros de terciopelo colgados en las ramas del jacarandá o de las tipas, hasta destilar manchas oscuras sobre el piso, imborrables como las cicatrices de los cráneos ahora abiertos ante la penumbra.
Brando (Argentina, Córdoba, Leones, 1987)
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