Es visible la realidad del pantano
cuando ningún sonido de flores estalla;
apretadas en un puño contienen al pájaro,
a sus picotazos en el aire como luces de neón
y de esplendor de colibrí apuñalado. Negra
la sangre trasluce en los jardines del barro,
y rojo el sol detrás prendido fuego.
Aquí no hay dioses ni otros animales,
fundidos en blanco los ojos de quien contempla,
y roto el cascarón como si el mundo se abriera.
Y habría que oírla a la realidad y después callar,
un navajazo cuando lo lumínico pronuncia su salmo.
Brando (Argentina, Córdoba, Leones, 1987)
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