Ayer soñé una vez más con la terraza.
Pero no era mamá descolgando con cuidado la ropa para que nada rozase la suciedad del piso.
Era yo la que subía llevando en mis brazos a un hombre para ayudarlo a flotar en un lago suspendido sobre el techo gris de nuestra casa sin terminar.
Desperté con la sensación del agua en el cuerpo y pensé: este es otro cuento de amor total y puro, una variación del sueño recurrente, sobreimpreso en el paisaje de mi infancia.
Ahora que ya no siento esa agua, me invade una nota nueva: quizá no era un hombre sino el hijo que no tuve, al que nunca llevaré flotando en una pileta como hacen esas madres tan distintas a la mía. Esas que aprenden a nadar con ellos, los abrazan y después aprenden a soltarlos.
Camozzi ( Argentina, Provincia de Buenos Aires, Haedo, 1969)
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