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Yo no me refería a eso.
Decía que era algo etéreo,
como el zumbido del mar
de una caracola vacía,
se vuelve de pronto un silencio letal.
Pero mi amigo asentía
y decía, que es verdad,
que no hay nada peor
que recibir una sonrisa complacida
de una mujer a la que se le balbucean disculpas.
Pero yo no me refería a eso.
Decía que a veces me siento desnucado
para cumplir con ciertas obligaciones cotidianas y rutinarias,
como poner la mano en el escote de su blusa
para que cumpla con su destino de mujer.
Pero mi amigo asentía y decía otra cosa,
que es verdad que cuando anochece
el sol se escucha en la lejanía,
y cuando la luna empuja a la bebida
uno aparta los ojos de otros ojos
para que las miradas no quemen.
Pero yo no me refería a eso.
Decía que cuando nada subsiste
del sexo, del vino, del libro, de la música,
se descubre que no hay nada peor
que aburrirse de sí mismo.
Y mi amigo asentía
y decía que es verdad, que cuando
se descubre verdaderamente a una mujer
se duda de ella.
Pero yo me refería a otra cosa.
Le decía a mi amigo,
por qué no entendés que me refiero a otra cosa.
Que las cosas pasajeras se encarnan
y las verdaderas como el cristal
se rajan y rompen ante cada golpe de la vida.
Es verdad, se vuelven puñados de arena,
dijo mi amigo.
Y esta vez entendió a qué me refería.
Los puñados de arena que se escurren
entre los dedos sin nada de mí.
García (Argentina, Pcia. de Río Negro, Viedma,1962)
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