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Foto del escritorBRUNCH

CLAUDIA MASÍN

El monstruo de la laguna negra


Nos parecemos: fuera del redil

todo es la misma sombra, se termina

el arco de luz que te protege. Si vas

a salir de lo común,

mejor que seas

un monstruo poderoso, una criatura

dispuesta a dar pelea. Prometéme:

no vamos a convertirnos en la familia

que tuvimos. No vamos a confundir el amor

con una ciénaga donde se mezclan

el odio por la vida, el dolor, el miedo a separarse

porque afuera hay más peligros que adentro.

Adentro está la muerte, lo sabemos, hay que huir

como hemos huido siempre vos

y yo por separado, esta vez hay que irse

tan increíblemente lejos que no haya

regreso posible, neguémonos

a esa partida a medias, a ese estar y no estar,

a seguir alimentándonos con lo que nos envenena.

Yo llevo tus escamas en el cuello como el recuerdo

de lo que pudo ser, de mi pasado,

el nuestro, dos lagartos anfibios, estamos

muertos para el mundo si sabemos escondernos.

Sino el mundo encontrará la manera

de matarnos. Así ha sido siempre:

somos bestias con un caparazón durísimo

y un sentido de la vista tan potente que podríamos

descubrir lo que a cientos de metros se agazapa,

diminuto y certero. Somos capaces

de perder una parte del cuerpo

y restituirla lentamente,

fibras y células y músculos nuevos en lugar

de los enfermos. Pero nos creemos la presa,

estamos listos para el látigo

y el encierro. Vámonos de una vez a esos, tus reinos,

que en lo salvaje crezca libre y fuerte lo que aquí

nos hace débiles. Te espero

desde que intenté decir la primera palabra

y fracasé, desde que supe que no sabría hablar

el idioma que me dieron, que no quería

palabras tan llenas de culpa

y de tristeza. Las bestias

se adoran en silencio como dioses

que nadie más venera,

dioses que no aprendieron a castigar, que creen

en las enfermedades que se curan, en las fuerzas

que vuelven después

de una larga convalecencia, en la alegría

de soltar el cuerpo, una plomada

cayendo en el agua con un ruido sordo,

hundiéndose hacia la maravilla que hay allá,

en las aguas tornasoladas, profundísimas,

donde hasta el animal más tímido y arisco

puede mantenerse vivo si no cae

en las redes que le tienden para que vuelva a la tierra

a boquear al sol hasta volverse

una criatura normal que está dispuesta

a abandonar lo que más quiere por un poco de aire,

una supervivencia

en la que solo la punzada en las agallas

le recuerde a veces

que hubo un tiempo sin dolor, un tiempo

plácido, el tiempo de las mareas,

sin fin y sin comienzo, el de las criaturas raras,

las que no entran en ninguna clasificación:

feas, sucias, malas, libres

de la belleza normal, de la belleza mortífera

extranjeras.


Masín ( Argentina, Resistencia, Chaco,1972)




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