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CARLOS MASTRONARDI

  • Foto del escritor: BRUNCH
    BRUNCH
  • 18 jun
  • 1 Min. de lectura

Las huellas del futuro

a L. Riedel Ratisbona


Ya entraba por los huertos del contorno la sombra

y el cielo, hecho de heridas admirables,

sufría unas bandadas quejosas, espectrales.

En el azul mortal, alto y clamante,

nada más que su triste poderío.

Sin alma esa quietud. Sólo alentaba

en el borroso pueblo la brisa que salía

de los yuyales próximos,

y la queja selvática, inhumana.

La soledad, y encima

la rosa declinante del Oeste.

Personas oscuras y sin voces

venían entonces,

como sueños fugaces, ya gastadas

por la invasora y lenta miseria del ocaso,

vueltas hacia su pálido destino,

hacia ninguno.

El manso anochecer las apagaba

y en aquellos momentos no existían:

fuera del mundo iban sus pies de niebla,

y así caían sin término,

desde el vago futuro despojadas.

El largo anochecer era su dueño,

su taciturno rey y su ¡quién sabe!

Los gestos invariables y parejos

-más vivaces y firmes que las almas-,

bajo el imperio de los negros campos

que entraban con el vaho de la hora fría.


El árbol junto al árbol,

una clara tristeza

en la honda lejanía y en los inciertos hombres,

y el rocío brotando sobre la piedra.

Entonces, una música que empezaba en la plaza

volvía a crear el pueblo y daba a todos

los pechos igual rumbo:

allí estaba el espejo inevitable.

Los callejones muertos, la suprema

piedad de las estrellas, el anónimo miedo

con su extrema belleza, y por momentos

la fina llamarada del frío. .


Mastronardi (Argentina, Gualeguay, 1901-Buenos Aires, 1976)



 
 
 

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